martes, 1 de septiembre de 2009

Pasen y lean

Es la quinta o sexta vez que intento escribir algo interesante para la columna, algo que pueda ser publicado sin problemas, algo que integre a la comunidad escolar porque, en definitiva, a ustedes me estoy dirigiendo y más allá de que seguramente exista un ser humano tras el cargo (de rector, de madre, de padre, de profesor, de alumno o lo que fuere) me es imposible hablar de política, de sexo o de lo estúpido que me parece Ricky Maravilla, por el simple hecho de que todos estamos cumpliendo nuestro papel y a ninguno de nosotros nos reúnen los temas antes mencionados (aunque es posible que el de Ricky Maravilla sí). Teniendo en cuenta todas estas limitaciones, existen otra infinidad de temas que sí, podemos tratar sin problema alguno, sería genial encontrar esa otra infinidad de temas. Pero entonces, sigo intentando...
“¿Y por qué no hablas de la lectura?” me dijo ya hace un tiempo Viviana Ford, mi profesora de Periodismo y Lengua. La pregunta todavía queda sonando en mi cabeza. Yo no soy un gran lector, no soy una persona que lea con voracidad. Sin embargo y a pesar de lo que acabo de decir, es una tarea que a mi me da placer. Convengamos que el acto de leer no es muy complejo, según la Real Academia Española consiste en: “Pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados”. Leer un cartel de colectivo, una publicidad, el precio de un alfajor, es una cuestión que nos resulta absolutamente simple. Gracias a las condiciones en las que, por suerte, todos nosotros vivimos, el analfabetismo nos resulta ajeno.
La cuestión comienza en la primaria y se pone un tanto complicada. Desde el momento en que se van sumando letras, oraciones, párrafos... ¡Auxilio! Comienzan a aparecer esos tediosos, horribles y asquerosos manuales, ese montón de cosas escritas en el pizarrón, esa maldita profesora que nos grita y nos amenaza con su aguda voz: “¡Copia! ¡Copia porque borro!”. Más tarde, una vez que aprendimos a escribir, la tortura continua ¡Y de qué manera continua! Aprendemos a leer en voz alta, y no vaya a ser cosa que leas lento o cortado, por qué de eso se iba a enterar la directora, también componemos textos con títulos sumamente brillantes como “La vaca”, “Qué linda es mi mamá”, entre otros baluartes de la literatura. Las terribles faltas de ortografía... Que si b, que si v, que si s, c, z y qué se yo; y los acentos... Para qué los acentos, qué son ese montón de rayas inútiles, esas comas mal puestas. Cada vez que la maestra decía, con su pasma sepulcral digna de una hiena acecina: “Dictado o lectura” yo desde mi pupitre sollozaba “¿Por qué, por qué a mí, si yo no les hice nada?”. Lengua, definitivamente no era lo mío.
En la secundaria, las cosas dieron un giro de ciento ochenta grados “Lengua” no era solo Lengua sino también era Literatura. “Nos vemos de nuevo porquería” recuerdo haber dicho la primera clase, ¡Qué equivocado que estaba! Tarde muy poco, muy poco, en darme cuenta. Al mes de comenzado el ciclo escolar, fuimos cruelmente obligados a leer. Llegue a mi casa con la más profunda de las indignaciones, miré la tapa del libro con desprecio y lo abrí con la única idea de aprobar la materia. Pero fue todo tan distinto, esas páginas tenían palabras, no eran un montón de letras, no ahora no. Pasar las páginas, los capítulos, los días; en “El diario de Adán y Eva” contada por Mark Twain, resultaba tan ameno. Viví la historia, puedo jurar haber estado en el Edén con ellos, me reí de Eva con Adán, de Eva con sí misma y finalmente me entristecí con Adán y su soledad. Las cosas habían cambiado señores, no era tan terrible leer, era incluso lindo. Lengua, raramente, dejó de ser una porquería y leer se había convertido en una de mis actividades predilectas.
Cambia, todo cambia, cuanta razón tenía el chileno Julio Numhauser (versión popular interpretada por Mercedes Sosa). Ese montón de hojas nos llevan a lugares inhóspitos, nos invitan a la casa de aristocráticos señores, nos hacen vibrar, nos hacen reír, nos hacen llorar, nos hacen sentir. Y ese montón de papeles con palabras, con puntos, con comas y con acentos más que útiles; son el pasaje que nos hace partícipe de cada historia.
P.D: Esto no incluye insultos porque es mi columna en la revista de la escuela, por lo que también nombro a mi profe de Lengua a la que quiero mucho y odio por algunos pocos segundos, como a todos los que uno quiere.-

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